• Había tanta paz •


Caminaba un camino desconocido
aturdida por el silencio tentador
entre cristalinas aguas y árboles;
en medio del silbido del viento,
acariciada por una brisa suave.

Había tanta paz en mi cuerpo
un frío penetraba en mis huesos
y una calidez en el alma, silencio,
en la cima de una roca inmensa
parada, callada y observando.

En mis pies el vacío precipicio
el danzar del agua seduciéndome
mis ojos vidriosos, llorosos,
en mis manos un puño de recuerdos
detrás de mi, yo, viéndome caer.

Entre el sueño y la realidad,
terminar de caer o regresar a morir
lento, entre agonía y desilusión
consciente de mi ávida persecución
atenta a mi habilidad para viajar.

Había tanta paz en ese lugar
un deseo infinito de no regresar
pero escuche una voz familiar
la algarabía peculiar de mi hogar
quizá hay que despedirse o intentar.

Volaba desde la cúspide al abismo
serena y contenta de terminar ahí
entre la música de aves invisibles
sin pesar alguno, sin reproches,
y es que había tanta paz.

Dos meses y un día han pasado ya
y tengo un vacío en el cuerpo
un dolor extraño y ajeno en el pecho,
la incertidumbre me carcome, la traición;
el descaro del desentendimiento.

Había tanta paz en ese azul transparente
en ese verde alucinante, en esa brisa,
tambaleaban las manos del viento;
ya no era más parte de la falsedad humana
de la indiferente actitud y el egoísmo, cobarde.

Viviana Nevárez

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