Mujer, de tardes y noches recias, serás abrigo en la tormenta de piel, de seda que adormece; júbilo en primavera. Trataré de adornar tus muslos no con una rosa cualquiera, serán los murmullos del viento; pétalos de aliento sobre tu cuerpo. Abrir tu corazón y no tus piernas para beber tus besos y no tu sexo, páramo de vida, infinito. Serás silencios compartidos. En una esquina, cualquiera, con ropas caras o sin ellas serás mujer y no florero; ni intercambio de promesas. Cuando caiga la tarde en tus brazos, ligeros, recargare mi cabeza, torpe; y creyéndote diosa, te amaré. Amarte, con cada partícula aunque después muera y ser, siempre, tu estrella; de centelleo perecedero. Serás, de todas la más bella no única, jamás indispensable pero sí deidad. Digna, indigna, de todos mis pecados. Cuando te canses del tocado de la imagen de sirena, artilugios para encantar a incautos; podrás venir, desnudarte. Serás una caricia tibia un instante para pensarte, ser o no; mariposa de la noche,