• No estaba muerta •


Cuando creí que estaba muerta en vida,
me mentía.
No hay tal cosa, no es muerto el que respira,
se le llama abandono al sentimiento de ausencia.

Uno abandona las ganas de despertar
se deja el cabello desprolijo  y sucio,
con los ojos a punto de secarse. Uno abandona;
el amor, por amor, para nada.

Se arrastran los pies como si nos pesaran
cuando el peso más grande está en los recuerdos,
en las fotografías, en las canciones;
a uno le da por olvidarse.  

Te olvidas del  día por días, de ti, de los otros,
enraizados en pasado. Verdugo,
verdugo es el creerse muerto
cuando estás vivo, vivo… ¡Vivo!

Y te duele la punta del dedo gordo
las manos, las piernas por huir del tiempo,
te arde el pecho; te sobra el alcohol.
Y queda espacio siempre en tus brazos.

A mi nadie me dijo que no había muerto
y me senté a esperar el sepelio,
las lloronas de media tarde; mi propio lamento.
¡Que sí me voy, que si me quedo!

Mientras recojo los pájaros muertos
las plumas sangrantes, el regocijo ajeno;
por el engaño y las tardes de calor, sin sol.
Levantando mis extremidades, casi derrotada.

En el transcurso de mi muerte fingida
descubrí que seguía extrañando tu voz
y el peso de tu cuerpo sobre el mío,
estaba viva porque sentía que de a poco iba a morir.

Viva, en un mundo de cielo gris,
de cristales afilados en el camino
mil huellas de tu paso sobre mí. Dolor,
un dolor interminable por existir; aburrimiento de estar.

Viviana Nevárez

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