La niña






De sus manos pequeñas caían las muñecas que le daban para entretenerla un rato, ingenua y ajena a todo lo que nos rodea; decía su madre mientras le sacudía la cabeza con los cinco dedos y le daba una palmada indicándole el lugar que debía ocupar.

La niña, callada pero ávida por se lo que nadie es, cansada de no entender y ser parte sin comprender; asombrada por lanzar sonrisas en cada rincón y llorar para obtener uno que otro capricho o algún beso a media tarde.

De su familia tomaba la calidez y danzaba al compás de los gritos desesperados de un mundo que no le dejaban ver. A fin de cuentas sólo niña.

Aquél día, un día de esos en que te reconoces y pareces ajeno a ti mismo, donde después de un tiempo, unos años; te miras y te sientes un poco más sabio, crítico, cabal, pero menos niño, en un día como esos, la niña salió tranquila a paso corto y se dejo caer sobre el primer escalón frente a la puerta de entrada.

Horas, lleva horas la niña frente a su casa. Yo la veo desde aquí y me preguntó ¿qué es lo que aguarda ahí, justo ahí? ¿Puedes verla? Déjame te digo:

Hay en su rostro un semblante de paz casi mortuoria, pero esta viva, muy viva; y esa sonrisa de saberse única y sobre todo perspicaz por encontrar algo que no puedo descifrar.

¡Es que su sonrisa atraviesa el tiempo y su tranquilidad no se puede describir, pero ahí está ahí está…! ¿Lo ves? Ahí pequeña, ingenua y niña.

¿Qué es lo que ves?- le pregunté, y ella me mira como reclamando el haber tardado tanto en llegar pero responde: ¡Eso! Y me señala nada y todo con una emoción grata; y sonrió por el nervio que provoca lo ininteligible.

La niña a carcajada suelta, como quién ha sido víctima del mejor chiste de su vida o la máxima alegría, me invita a sentarme, compartiendo ese escalón que esta a la entrada que ahora parece más una salida.

… Ahora entiendo. Verás que gozo se siente estar aquí después de sentirte vacío por un rato, harto del ruido que no termina, de lo mismo que es distinto pero igual, de la rabia del mundo, la mentira, la impiedad, la maldita indiferencia u otredad.

¡Que puta felicidad! Después de sentirse atrapado en este teatro de juegos de muñecas, de lobo feroz y corderitos.

Deberás, cuando te sientas vacío, en verdad vacío y triste; ve y siéntate junto a la niña y observa la nada. Verás como encuentras lo que aquí puedo ver; aunque después regreses a llenarte de miseria ¡No importa! Sólo dime ¿puedes ver ‘eso’?



Viviana Nevárez

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